sábado, 29 de septiembre de 2018

BALBUCEO


Cada sábado leo un cuento, El río, un cuento de Julio Cortázar, que está en el libro Final del juego, cada sábado lo leo como un ritual, como una unión, como una forma de ratificar mi favoritismo por ese cuento, por esas palabras perfectamente ordenadas. Nunca me di cuenta, después de infinitos sábados de haberlo leído de lo que me quería decir, o por lo menos lo que yo interpreto. Encontré una conexión alarmante, que me asusta a niveles inesperados, (asustar, que palabra..)
El darse cuenta tarde, el olvido del otro, la vista fija en el propio ombligo, eso es ese cuento, para mi hoy, es una cachetada de realidad. 
Uno que tanto empeño pone en resguardarse, en cuidar cada palabra, cada movimiento, cada sentimiento para no salir herido, lo único que uno logra con eso es lastimar al otro, lastimar a la persona de la cual te queres resguardar y a la que amas con todas tus fuerzas, es llevar al otro al limite. Para darnos cuenta tarde de lo que el otro era en nosotros. 
El orgullo que envenena y que corroe, la mascara que supimos escudo de todo. 
Amar sin miedo, amar sin temer al final, ser entrega.
Que sentido tiene el cuidado en el durante, si después el sufrimiento se eleva, porque el dolor se duplica, es el dolor de lo perdido mas el dolor de no haberse permitido, ser feliz, sin prejuicio y sin mesura.

Yo que me creía tan abierta y sin miedo a nada, termine presa de mi miedo a querer, a querer tanto que me exceda los mundos, termine siendo presa del miedo a lo desconocido, por fuera de esos mundos, mis mundos. A veces hay que dejar de ser soberano.