Un ataque de ansiedad que queda a medio aparecer, a medio
ejecutarse, se te queda en el cuerpo por más tiempo. No pasa nada concreto pero ahí esta,
tu corazón acelerado, tu respiración entrecortada y la cabeza a mil por hora.
Es gracioso como ocurre, después de tanto de creer que uno ya se inmunizo de
alguna forma al mal silencioso y aparece ¡BUM! De la nada, te ahoga con fuerza.
Un ataque de ansiedad en un contexto de casa de familia, un lugar minado donde
no hay posibilidad ante esta situación particular de dejarme explotar, me
encuentro entonces, tratando de calmarme mientras estoy inmersa en una ola que
me hunde y me revuelca. No sé cómo, pero logro salir a la superficie y hacer la
plancha. El mar sigue bravío y yo me dejo llevar.
En algún momento me devolverá
a tierra firme, pienso.