Con qué franqueza
destrozas mis espacios amontonados,
en las tierras circulares del sol.
Con cuánto apremio irrumpís,
en las madrugadas de humedad.
Con qué despecho volvés a mi corazón de infancia.
Y dejas, sólo tu nombre
desparramado en cada ángulo.
La eternidad se extendía en sus ojos
de almendras nocturnas.